viernes, 8 de noviembre de 2013

LA SOBERANIA NACIONAL: PASADO Y PRESENTE DE UNA POLITICA, DE GABRIEL O. TURONE



La soberanía nacional fue para Rosas mucho más importante que darle al país una Constitución, lo que permite la visualización que él tenía de la política, esto es, más realista y no tan formal o legalista como el liberalismo la impregnó a partir de 1853. Don Vicente Sierra, citado por Matías E. Suárez en Defensa de la Argentinidad, así lo aclaraba:

             “Rosas intuyó que la soberanía no pertenece a una carta constitucional y que si se pretende huir del plan natural que la realidad determina, se corre el riesgo de perder la felicidad que él posibilita.” [1]

            Sin lugar a dudas, la postura que la Federación barajaba sobre el concepto soberanía nacional era una molestia para los centros de poder mundial de su época. De allí la detección, pues, de una coincidencia temporal entre lo que fue la batalla de Vuelta de Obligado (noviembre de 1845) de otras avanzadas llevadas a cabo por esos centros de poder mundial en otras zonas del globo terráqueo. Así, en una nota que suscribí en el boletín La Reconquista Nº 14, de Jóvenes Revisionistas, expresé que “Como motores de esa etapa colonial, sobresalían los roles de Inglaterra, Francia y Estados Unidos. De los dos primeros países, sabido es que se coaligaron y atacaron violenta y ardorosamente a las fuerzas patriotas de la Confederación Argentina en aquel conflicto desgraciadamente olvidado: la Guerra del Paraná, que se inició en noviembre de 1845 y finalizó a principios de junio de 1846 tras la batalla de Angostura del Quebracho.

            “Unos años antes, y siempre dentrode esta coyuntura de avanzada imperial a nivel global, Inglaterra emprende la Primera Guerra del Opio contra China (1839-1842), donde los británicos forzaron a los orientales para que comercialicen dicha droga con las reglas económicas y de mercado por ellos impuestas. Ganar el mercado chino era sumamente importante, y lo lograron a cañonazos limpios como buenos “civilizados”.

            “A finales de 1844, tienen lugar en Estados Unidos las elecciones presidenciales que dieron como ganador al demócrata James Polk, cuyo nombre era sinónimo de expansionismo territorial. Tal es así, que en su plataforma política incluyó, como si nada, la anexión territorial como método a implementar una vez en el poder. Esto significaba entrar a una guerra segura, lo que ocurrió el 11 de mayo de 1845 cuando Estados Unidos se la declaró a México. Desde entonces, los actuales estados de Texas, California, Nevada, Utah, Colorado, Arizona, Nueva México y Oklahoma pasaron a ser parte del territorio estadounidense”[2]

            Algo parecido intentó Francia en 1861 cuando quiso imponer una monarquía en México. Como aconteciera en 1982 con la inaplicabilidad del TIAR, en los casos citados brilló por su ausencia la puesta en marcha de la Doctrina Monroe elucubrada en el año 1823 bajo el lema “América para los Americanos”, el cual quería decir, en verdad, “América para los Norteamericanos”.

Ley de Aduanas y libre navegación de los ríos

Dos cuestiones fueron medulares para el artero ataque anglo-francés de 1845-1846. En primer lugar, la famosa Ley de Aduanas que Juan Manuel de Rosas sancionó el 18 de diciembre de 1835, tocándoles, a ambas potencias, sus vísceras más sensibles: los bolsillos.

            También denominada Ley Arancelaria, aquí el Restaurador se va a generar un frente interno, como no ocurriera durante su primera administración (1829-1832), al tocar los intereses de los de su propia clase, los estancieros saladeriles. Por esta política proteccionista es que en 1839 va a estallar la proclamada “Revolución de los Libres del Sur” con epicentro en la ciudad de Dolores, provincia de Buenos Aires, en una coalición de federales cismáticos (ayer, estancieros intocables), unitarios salvajes y franceses.

            Ante la Legislatura provincial, Rosas da un memorable y patriótico discurso a propósito de la sanción de la ley, en el que deja en claro que la misma tenía el doble carácter de resguardar la agricultura y la “naciente industria fabril del país”. Dijo ese 31 de diciembre de 1835:

            “Largo tiempo hacía que la agricultura y la naciente industria fabril del país se resentían de la falta de protección,y que la clase media de nuestra población, que por la cortedad de sus capitales no puede entrar en empleos de ganadería, carecía del gran estímulo al trabajo que producen las fundadas esperanzas de adquirir con él medios de descanso en la ancianidad y de fomento de sus hijos…” [3]

            La grandeza conceptual de la Ley de Aduanas contempla, como se ve en este párrafo, la dignidad del trabajo y los incipientes derechos a la niñez y la ancianidad, como los que un siglo más tarde aplicó el Nacional Justicialismo en su hora más gloriosa y fecunda.

            En el esquema que ya avizoraba Inglaterra para sus aspiraciones expansivas, en el cual será investido como Taller del Mundo, por un lado, y árbitro de la División Internacional del Trabajo, por el otro, lo que ocurría con el régimen rosista era, por cierto, un escándalo de proporciones y una fisura impensada. Algo así como lo que fue el Paraguay industrialista que entre 1865 y 1870 será aniquilado y ahogado en sangre sin misericordia.

            La otra cuestión, la libre navegación de los ríos, fue una excusa que perduró por largos años y que sirvió a los unitarios exiliados para verter las máximas canalladas jamás vistas u oídas. Una: en los meses previos a la Vuelta de Obligado, Bartolomé Mitre escribía: “El estado más feliz posible para el desenvolvimiento de un pueblo sería aquel donde no hubiese barreras aduaneras y en donde los productos pudiesen entrar y salir libremente”[4]Otra: del sanjuanino desterrado Domingo Faustino Sarmiento: “La grandeza del Estado está en la pampa pastora, en las producciones tropicales del Norte y en el gran sistema de los ríos navegables. Por otra parte, los españoles no somos ni industriales ni navegantes (sic) y la Europa nos proveerá por largos siglos de sus artefactos en cambio de nuestras materias primas”[5]

            Hasta la siempre díscolaprovincia de Corrientes se hace eco de estos bandidos al proponer como título de uno de sus periódicos, el oportuno nombre de La Libre Navegación de los Ríos, en donde se reproducen las exigencias principalísimas de Gran Bretaña y su doctrina libremercadista y delibre tráfico fluvial.

            Novamos a redundar en los pormenores de la gloriosa gesta de la Vuelta de Obligado, sino solamente vamos a señalar la atinada postura del gobernador Rosas en no cejar en su empeño de evitar abrir los ríos interiores de la Santa Federación, todo lo cual, caso contrario, habría apurado los tiempos para la entrada irremisible de la patria al sistema pretendido por los poderosos imperios universales. Además, claro, fue una muestra clara de genuina defensa y esperanza para los postergados del mundo entero. No por nada, a partir de entonces se va a reconocer a Juan Manuel de Rosas con el mote de El Gran Americano con que la prensa y los gobiernos extranjeros lo homenajean hasta el fin de su administración.

Caseros, tráfico fluvial y después

Acontece la batalla de Caseros, y exactos ocho meses más tarde –el 3 de octubre de 1852- rubrica Urquiza un decreto en donde declara“que la navegación de los ríos Paraná y Uruguay sería permitida a todo buque mercante, cualquiera que sea su nacionalidad, procedencia o tonelaje”, y a modo de burla se establecía “la entrada inofensiva de los buques de guerra extranjeros” a los mismos. Este espíritu de entrega, hecho a medida para la configuración mundial de la División Internacional del Trabajo que Inglaterra exigía, perduró hasta el advenimiento del Nacional Justicialismo en 1946.

            En su Artículo 18, la Constitución Nacional de 1949 especificaba: “La navegación de los ríos interiores de la Nación es libre para todas las banderas, en cuanto no contraríe las exigencias de la defensa, la seguridad común o el bien general del Estado y con sujeción a los reglamentos que dicte la autoridad nacional”. O sea que, pasando en limpio, antes que la reglamentación de la autoridad nacional debían primar “las exigencias de la defensa”“la seguridad común” y “el bien general del Estado”. Tres prioridades que fueron ignoradas, borradas y ocultadas traidoramente por el Artículo 26 de la Reforma de la Constitución Nacional de 1994, que dice,harapienta:

“Art. 26 – La navegación de los ríos interiores de la Nación es libre para todas las banderas, con sujeción UNICAMENTE a los reglamentos que dicte la autoridad nacional.”

            ¿Y “las exigencias de la defensa”, dónde quedan? ¿Y “la seguridad común”? ¿Y “el bien general del Estado”? Nada, ninguna de las tres prioridades de 1949 son tenidas en cuenta en nuestra actual Carta Magna…

            Seha mancillado la doctrina nacional con este vilipendio ocasionado a la gesta. E incluso, se ha traicionado el preclaro mensaje dispensado por Benito PedroLlambí el 20 de noviembre de 1973, cuando hablando en representación delteniente general Juan Domingo Perón en su investidura de Ministro del Interiorde la Nación, espetó:

            “(…) Las banderas de Obligado permanecen como nuestras banderas. Son las banderas que han regresado al Gobierno con el Teniente General Juan Domingo Perón. Él, desde su alta condición de conductor del pueblo argentino, y de abanderado de las naciones del “Tercer Mundo”, ha señalado con sintética objetividad la tarea a encarar: El año 2000 verá una América Latina unida o sometida. Esta es nuestra tarea. Esta es la tarea argentina, y la tarea latinoamericana. Este es el estilo de vida que se desprende de la Batalla de la Vuelta de Obligado. Esto es lo que nos está impuesto por las escalas de valores, que reconocemos como herencia de un pasado, del que nos sentimos orgullosos, y que son las únicas que han de asegurarnos un porvenir, del que puedan enorgullecerse nuestros nietos. Las banderas de Obligado, las banderas de la Independencia e Integración Latinoamericanas, nos convocan a esa grande y decisiva misión…” [6]

            Punto entonces.


Por Gabriel O. Turone


[1] Sierra, Vicente. “Historia de la Argentina”, Tomo VIII, página 263.
[2] Turone, Gabriel O. “Juan Felipe Ibarra: apoyo soberano en tiempos de la Guerra del Paraná”, Boletín La Reconquista, Año 2, Nº 14, 2009.
[3] Citado en “Juan Manuel de Rosas”, de Vivian Trías, Ediciones de la Banda Oriental, 1970, página 100.
[4] Citado en “Rosas y la libre navegación de nuestros ríos”, de Jaime Gálvez, Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, 1944, página 155.
[5] Sarmiento, Domingo F. “Facundo”, edición de 1940, página 225.
[6] “La Batalla de la Vuelta de Obligado y su Proyección Histórica”, República Argentina, Ministerio del Interior, Buenos Aires, 1973, página 10.